
Iznogud era un personaje de tebeo, que yo leía cuando era pequeño. El guionista creador del personaje era Goscinny, el mismo de Asterix. Iznogud era el visir de un imaginario reino de las mil y una noches, y se caracterizaba como un ser de pequeño tamaño, pretendidamente ingenioso, pelota, artero, traicionero, y sobre todo aquejado por un terrible complejo de inferioridad. También se le recuerda por su frase, “quiero ser califa en lugar del Califa”.
Es por ello que se conoce como síndrome de Iznogud a una actitud psicológica que se aprecia en los segundones que en realidad son incapaces de llegar a ser los protagonistas principales de aquello que se proponen, incluso en sus vidas. Normalmente les ocurre como al Visir Iznogud, que cuando llegaba a ser califa en lugar del Califa era notoriamente incapaz de ejercer el cargo. El afectado por el citado síndrome piensa que está relegado injustamente, y se conforma con ejercer un poder efectivo desde la sombra, para lo cual no dudan en medrar, manipular, acercarse a individuos bondadosos o incapaces, pero con poder de atracción o de seducción, y los utilizan para ser alguien por fin, y guardan la secreta idea de que si ellos tuvieran ese imán serían irresistibles. Y en realidad no es que no tengan magnetismo; es que en el supuesto caso que lo tuvieran, su presencia causaría el efecto que la aproximación de dos polos del mismo signo.
Al final se idean incomprendidos y guardan un rencor sordo que vierten sobre quienes actúan de buena fe con ellos, o sobre quienes tienen que soportar sus decisiones, a menudo caprichosas por sentirse disfrutando del mero ejercicio de un poder. Son el protoejemplo del acosador. Dice el Dr. González de Rivera (“El maltrato psicológico”, Espasa-Calpe, Madrid 2.002), que los factores que determinan la personalidad del acosador son la mediocridad, la envidia y el control, la cual presenta una peculiar combinación de rasgos narcisistas y paranoides que le permiten autoconvencerse de la razón y justicia de su actividad destructiva (página 86, op. cit.).
No resulta extraño encontrarse con individuos de esta calaña en organizaciones jerarquizadas, porque una vez que acceden a la misma se hacen imprescindibles para sus superiores: siempre tendrán una palabra de halago para ellos; identificarán al supuesto causante del problema que preocupa a su señor, o lo crearán para poder imputarlo a la víctima que hayan escogido. Y sólo son una parte de sus capacidades, siendo quizás la mas destacable de ellas la de manipulación para hacer propios los méritos ajenos y ajenos los errores propios. Pese a todo, estos sujetos siempre se harán con un grupo de aduladores temerosos de su poder; que le seguirán en sus inquinas y maquinaciones, porque además creerán que les deben su honra y vida.
También es posible que Iznogud se auxilie de un adláter, epítome de su oscura existencia, aparentemente mas desgraciado que él, que aprende a su lado el oficio, con menos aspiraciones de poder y ansias de cargos, y que cuando menos se lo espera, resulta que llega a ser Iznogud en lugar de Iznogud, aunque sus nombres masculinos o femeninos nos suenen mas familiares y cotidianos.
Es por ello que se conoce como síndrome de Iznogud a una actitud psicológica que se aprecia en los segundones que en realidad son incapaces de llegar a ser los protagonistas principales de aquello que se proponen, incluso en sus vidas. Normalmente les ocurre como al Visir Iznogud, que cuando llegaba a ser califa en lugar del Califa era notoriamente incapaz de ejercer el cargo. El afectado por el citado síndrome piensa que está relegado injustamente, y se conforma con ejercer un poder efectivo desde la sombra, para lo cual no dudan en medrar, manipular, acercarse a individuos bondadosos o incapaces, pero con poder de atracción o de seducción, y los utilizan para ser alguien por fin, y guardan la secreta idea de que si ellos tuvieran ese imán serían irresistibles. Y en realidad no es que no tengan magnetismo; es que en el supuesto caso que lo tuvieran, su presencia causaría el efecto que la aproximación de dos polos del mismo signo.
Al final se idean incomprendidos y guardan un rencor sordo que vierten sobre quienes actúan de buena fe con ellos, o sobre quienes tienen que soportar sus decisiones, a menudo caprichosas por sentirse disfrutando del mero ejercicio de un poder. Son el protoejemplo del acosador. Dice el Dr. González de Rivera (“El maltrato psicológico”, Espasa-Calpe, Madrid 2.002), que los factores que determinan la personalidad del acosador son la mediocridad, la envidia y el control, la cual presenta una peculiar combinación de rasgos narcisistas y paranoides que le permiten autoconvencerse de la razón y justicia de su actividad destructiva (página 86, op. cit.).
No resulta extraño encontrarse con individuos de esta calaña en organizaciones jerarquizadas, porque una vez que acceden a la misma se hacen imprescindibles para sus superiores: siempre tendrán una palabra de halago para ellos; identificarán al supuesto causante del problema que preocupa a su señor, o lo crearán para poder imputarlo a la víctima que hayan escogido. Y sólo son una parte de sus capacidades, siendo quizás la mas destacable de ellas la de manipulación para hacer propios los méritos ajenos y ajenos los errores propios. Pese a todo, estos sujetos siempre se harán con un grupo de aduladores temerosos de su poder; que le seguirán en sus inquinas y maquinaciones, porque además creerán que les deben su honra y vida.
También es posible que Iznogud se auxilie de un adláter, epítome de su oscura existencia, aparentemente mas desgraciado que él, que aprende a su lado el oficio, con menos aspiraciones de poder y ansias de cargos, y que cuando menos se lo espera, resulta que llega a ser Iznogud en lugar de Iznogud, aunque sus nombres masculinos o femeninos nos suenen mas familiares y cotidianos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario